Esta es la historia de un reportero de Chihuahua que empezó a recibir llamadas del narco. Casuales y respetuosas primero, confianzudas y exigentes después.
Le pedían ayuda para pelear contra “los de enfrente”, el cártel rival, al que apoyaban las autoridades. Le ofrecieron dinero y luego droga.
Picado por el gusano profesional del periodismo, que es la curiosidad, el reportero siguió contestando el teléfono a sus interlocutores.
La familiaridad trae desprecio, dice un dicho inglés. La familiaridad telefónica con el narco trae confianza y se vuelve exigencia.
Al principio, los no buscados interlocutores se dirigen al reportero como “licenciado” o “patrón”. Quieren ayuda en su pelea desigual. Un día le anticipan: han matado a unos rivales aquí y allá, y quieren que no se publique nada sobre los muchachos que hicieron la tarea.
El reportero no sabe qué hacer y no hace nada. Entonces sus interlocutores cambian de tono: empiezan a llamarle “compa” y a decirle que no les ha cumplido.
No existe pacto ninguno y por tanto no puede haber incumplimiento. Pero el tono que hay al otro lado del teléfono es el de un socio que se siente traicionado.
Delgada línea narca.
El nombre del reportero que cuenta su historia es David Piñón. Trabajaba para El Heraldo de Chihuahua y hoy es su jefe de redacción. Una versión corta de su experiencia fue publicada en Nexos
Antier, en Xalapa, le fue entregado a Piñón el Premio Nacional de Periodismo en el género de crónica correspondiente a 2009.
A continuación, el testimonio del propio David Piñón Balderrama: